viernes, 29 de abril de 2011

Prefacio

-Debes irte, el sol está por salir-. Lo miré, esperando volverlo a ver alguna vez. No quería admitirlo, pero después de todo me gustaba, más de lo que debería.- Nos vemos el año que viene-. Intenté sonreír, pero no podía. Lo extrañaría más de lo debido.
-No puedo venir el año entrante, solo puedo venir cada diez años-. Su mirada se volvió triste y mi media sonrisa se desvaneció. Esto era aún peor, iba a sufrir cada día que no lo veía.- No estés triste, fácilmente me olvidarás-. Sacudí la cabeza y caí en cuenta de que lágrimas corrían por mis mejillas. Se aproximó a mí y miró la ventana con ansiedad antes de acariciarme la mejilla. Ya estaba amaneciendo, no había duda que rayos de sol pugnaban por aparecer en el horizonte.
-Vete, ya va a amanecer-. Murmuré resignada.- Pero ni creas que te vaya a olvidar-. Inhalé profundamente.- Prométeme una cosa-. Cerré los ojos rogando por que dijera el típico "lo que sea".
-Tú solo di y lo hago-. Abrí los ojos luchando contra el impulso de que nuevas lágrimas salieran de mis ojos.  Tomé su cara entre mis manos y lo besé suavemente. Me correspondió el beso hasta el punto en que se volvió rudo, rodeé su cuello con mis brazos e ignoré la leve tensión de su cuerpo. Sus manos rodearon mi cintura y luché por que estuviéramos más cerca el uno del otro. Cuando nos apartamos, nuestras respiraciones estaban agitadas y mi corazón bombeaba a mil por hora.
-Cuando vengas, búscame-. Susurré contra sus labios. Él negó con la cabeza riendo tristemente.
-Debes seguir con tu vida, no tienes futuro conmigo-. Dijo endureciendo su expresión. Bajé la vista claramente herida. Sí tenía futuro con él, lo iba a intentar, pero hoy no. Faltaban unos cinco minutos para el amanecer y no tenía tiempo para idearme algún ingenioso plan. Seguramente pasarían diez años y ya tendría una respuesta.
-Déjame intentarlo-. Supliqué.- Juro que en diez años tendré la respuesta-. Él seguía negando con la cabeza.
-¡¿No entiendes?! ¡No soy para ti! ¡Soy un monstruo condenado a esto! ¡No puedo cambiarlo! - Casi gritó.
-¡No quiero que cambies!- Chillé.- ¡Te quiero como eres! ¡Y me importa un cuerno si eres o no para mí!- Reprimí un sollozo y él me sujetó por los hombros.
-Calma, vendré a por ti-. Sin decir más, me besó y cada vez sus labios parecían necesitar más de los míos, no le culpaba pues tenía la misma necesidad, incluso más fuerte. Mis sentimientos se habían revuelto esta noche, y sabía que no era lo tradicional enamorarse tan rápido, pero estas circunstancias lo ameritaban. Aunque esto fuera el error más grande de mi vida entera, lo iba a disfrutar. Poco a poco sentí como esos labios se desvanecían, dejándome sola en la habitación. Miré por la ventana y en efecto, el sol estaba brillando a lo lejos.
Lágrimas caían por mis ojos incesantemente y es que aún sentía el sabor de sus labios contra los míos.  

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